Hace unos días me junté con amigo para cortarle el pelo ―¿Había mencionado que corto el pelo?―y me preguntó si estaba haciendo algo. Mi primera respuesta fue: “Naah, nada”.



Al poco rato me di cuenta que fue una mentira, de esas frases que te salen instantáneas cuando no quieres dar una respuesta larga. La verdad es que no tengo nada de tiempo libre últimamente: La mayoría de mi tiempo se va en el trabajo, tengo que manejar Bow’s Magazine con Pololi, Estamos organizando un Tea Party para abril, ayudo a una organización con su sitio web, tuvimos una sesión de fotos para Bow's y estoy seguro que olvido algo.

El tiempo libre es tan poco. Tengo que dejar de decir que sí a cada propuesta que se presenta. A veces  me emociono con la idea de hacer algo y olvido que estoy haciendo otras 10. También olvido lo mucho que me gusta tener tiempo muerto. Me gusta tener tiempo de regalonear con Pololi, ver una serie o salir a pedalear. 

¿Y el video de música?

En uno de estos días de oficina, estaba escuchando Tokyo Jihen, cuando un compañero me dice si conocía TOE. Claramente no, pero es de esos grupos que suenan tan bien, que te gustan de inmediato. La mayoría de los días de esta semana los empecé escuchando Goodbye  y dejé a Youtube seguir eternamente por la mañana.






Este fin de semana pude vestir sábado y domingo dandy. No es algo que pase muy a menudo, pero me alegró poder pensar en outfits para dos días y ambos días usé oxfords.



El sábado salimos con Pololi a celebrar el día del amor comiendo sushi y el domingo asistimos a junta lolita en una tetería en Providencia. Debí sacar foto a las bandejas de sushi, porque fueron varias, fuimos a un “palitos libres” y , para variar, no conté cuantas piezas comí. 

La junta… Bueno, nunca me encantan las juntas Lolita. Puedo saludar a todos, converso con las personas que me caen mejor y hasta reírme un buen rato. El problema es que siempre hay algo en las juntas que me hace sentir incómodo. Aún no descubro qué es (Sigan atentos al siguiente capítulo, a la misma hora, en el mismo canal).



Estos días tuve la oportunidad de probar algunas cosas nuevas que he comprado. Una camisa con patrón cuadrillé que me trajo Pololi de Perú y unos Oxford de charol negros que compré en Zara. 

El domingo en la mañana al fin pudimos terminar American Horror Story Freak Show. Cuando vi una escena de los zapatos de Dandy (Recordarme escribir algo sobre los conflictos internos que me trajo el nombre de este tipo), le dije a Pololi: “Zapatos de hombre loco”. Eran unos Oxford blancos con negro y obviamente tuve que usar los míos  ese mismo día.

Algún día me pondré unos Oxford y saldré con una pistola a disparar spoilers de finales de seriales a todo el mundo.
No sé cuántos años tenía cuando me llamaron la atención las uñas negras. No recuerdo el año, pero recuerdo todo lo demás.



Yo era muy niño y compartía pieza con mi hermano mayor. Mi mamá nos obligaba a apagar la luz a las 10 de la noche en punto. Entonces yo debía dormirme y mi hermano seguía viendo tele. Siempre veía el MTV y yo fingía dormir para ver la tele. Lo que más me gustaba eran los comerciales de ese canal. En especial uno: Un tipo de negro caminaba por el pasillo de una escuela, llevaba unos audífonos puestos y de fondo sonaba  una música muy despacio. La gente se reía de él mientras pasaba. Hoy dirían que era bullying, todo es bullying. Él  llevaba la mano a su personal stereo ―Eran los ‘90, don't judge―, subía el volumen con una uña pintada de negro y sonreía. MTV.

Por supuesto pasaron años hasta que yo me pintara las uñas por primera vez. Fue cuando cursaba 1°medio que me pinté una mano. Solo una, porque sabía que a mis papás no les gustaría, así podía esconderla y después sacarme la pintura con facilidad.  

Los años pasaron y se volvió una costumbre. Cuando entré a la universidad las usaba negras todos los días. Cada dos días me sacaba el esmalte, me limaba y me las volvía a pintar. Las quería siempre perfectas. Hay algo en las uñas negras que siempre me ha hecho sentir bien, como si sin eso, no me estuviese mostrando 100% como soy.

Hoy, las uso cuando puedo. Tengo la impresión de que en el trabajo no está permitido, pero no pregunté. Es una sensación.

El comercial de MTV nunca lo encontré de nuevo. Me gustaría volver a verlo alguna vez. Supongo que sería decepcionante, como todo recuerdo que se vuelve mejor tras añejarse en la memoria, pero no me puedo quitar la curiosidad.
Era el verano 2011 en Santiago y con Pololi decidimos salir a pasear. El día estaba soleado y sentía mucho calor.




Yo aún buscaba mi estilo dentro del dandy. Ese día iba completamente de negro —quizás por eso recuerdo tanto calor— y con dos corbatas en el cuello amarradas en un solo nudo grande. Era un look algo punk, muy influenciado por harajuku y no logrado 100%, pero era una prueba. Obviamente llevaba sombrero, un londinense que era el único que tenía en ese tiempo.  El outfit me daba un poco de vergüenza y hoy más.

Caminamos un poco por el Parque Forestal luchando por no caernos pisando el barro con nuestros Rocking Horse. 

Entramos a una calle doblamos y no logro recordar cómo —en ese tiempo yo aún no conocía bien Santiago y me perdía con facilidad—, pero llegamos a la calle Rosas en el centro.

El lugar estaba lleno como siempre. La gente apurada se empuja para llegar primero a todas partes y todos ligeros de ropa. Entre ellos iba alguien abrigado, con chaqueta, un dandy. No yo, otro dandy, uno mayor, afeitado y con unos bigotes blancos peinados hacia arriba. Llevaba sombrero y un traje blanco completo.

Lo miré  como si fuese una aparición. El me miró a los ojos y sonrió. Se tomó la punta del sombrero con la mano y me saludó inclinando la cabeza. Yo hice una versión torpe y apurada de su mismo gesto. 

 


Un paso después, pensé que no era verdad y miré al lado. Pololi me miraba riéndose y yo sentía que había tenido una alucinación.  

Mi único pensamiento después de eso, fue que intentaría siempre vestir Dandy muy clásico por si volvía a encontrarme con él.


Odio los posts de "Tanto tiempo sin escribir...". Este es uno de esos posts.

Foto por Pololi

No es que no quisiera seguir escribiendo o que no tuviera temas. Me quedé con un montón de cosas para escribir, pero la vida decidió que Dandy's Journal tuviera unas vacaciones forzadas. En resumen: Bow's Magazine va creciendo como la mala yerba, fui cesante, encontré trabajo, se echó a perder mi notebook y perdí mi conexión a internet. Una persona positiva diría que son solo obstáculos a superar para mantener el blog, yo volví meses después.

Una vez, una amiga subió y bajó mucho de peso muy rápido. Se encontró con un conocido que no veía de hace un tiempo y él le preguntó  qué contaba, ella respondió: "Bueno, fui obesa...". Me siento así con este post.

En el tiempo que dejé de escribir quedé cesante y lo fui por muchos meses. Encontré trabajo, me titulé del magister de periodismo, cambié mi bicicleta, compré un celular y un computador nuevo. He vestido dandy menos seguido de lo que me gustaría, pero tengo nuevos items. Conocí gente nueva, Cordelia está grande, tuvo su primer celo y fue un caos.

Me tomé algunas fotos de outfit que postearé en algún momento, me encontré con este grafiti, entré a un equipo de ciclistas, dejé el café, el calor no me deja dormir, volví a tomar café. Llegó el 2015, tengo poco tiempo libre, perdí peso y pelo.
Volví a leer por gusto por primera vez desde que salí de la universidad, fui a mi primer campamento (fue horrible y hermoso),  aprendí muchas cosas y olvidé otras varias. 

¿Ven por qué odio estos posts?


Cordelia
Fotografía: Juan Mateluna
Lo primero que ves de mi gata Cordelia son sus ojos: Son celestes y no tienen pupilas. Suele abrirlos sin pestañear mientras se sienta sobre sus patas traseras e inclina la cabeza hacia un lado con la boca entre abierta. A veces deja la lengua rosada asomada.  Su pelaje es gris oscuro con unas rayas más claras y su pancita es blanca. Sus bigotes son más largos y tupidos de lo normal, y apuntan a todos lados, como si quisieran orientarla.

Es ciega, la adopté cuando tenía dos meses y desde entonces vive conmigo en mi departamento de un ambiente y 30 metros cuadrados. Con su oído, sus bigotes y su olfato, lo conoce todo: sabe dónde está la cama y salta con precisión sobre ella, encuentra siempre su caja de arena bajo el lavamanos y su comida en el área de la cocina. Además, cada noche cuando escucha el silencio de mi computador apagado, me huele, viene a la cama ronroneando y se acuesta a mi lado para hacerme dormir -O eso creo yo-.

Cuando alguien llega al departamento y deja su bolso sobre la cama, ella lo huele. Algunas veces los acecha, los ataca y los muerde. Hay ocasiones en que después  de olfatear dentro y fuera del bolso, lo rodea, lo amasa con sus patitas y se acuesta enrollada encima para dormir. A veces sin dormir, se acuesta ahí con sus ojos abiertos, hincha el pecho y suspira.

Quizás le gustan los bolsos por sus olores: una tienda, un parque, una sala de clases, una oficina, el perfume o la mascota de otra persona.  Esos olores de lugares y cosas que no puede sentir con sus bigotes, como los lectores que terminan por conocer ciudades completas que nunca han visitado. Tal vez los relaciona con los sonidos que entran por la ventana y que llaman su atención. Levanta las orejas con los motores de los camiones, las voces de los vecinos en el pasillo y el llanto de un bebé que grita desde el otro lado del edificio todas las mañanas.

Si no llegasen esos bolsos, ella solo podría oler lo mismo de siempre: mi ropa, la cama y el sillón. Hay algo nuevo en los bolsos que la hace ignorar sus entretenciones regulares como jugar con bolsas plásticas y perseguir cascabeles.

Un viernes dejé mi mochila abierta sobre la cama, ella entró y se quedó dormida. La encerré y me la llevé para viajar a visitar a mi familia, por el fin de semana, en la playa. A penas cerré se acomodó y se durmió. Se podía sentir el calor de su cuerpo a través de la tela.
No despertó en las dos horas de viaje, hasta que llegamos y la dejé en la casa de los padres de mi novia. Después de oler  el lugar, se paró en sus cuatro patas y erizó los pelos del lomo. En esa casa hay otro gato: Macarrón.  Era la primera vez que Cordelia olía en directo a otro gato o el humo de una chimenea, la madera de las paredes y la humedad típica de las casas cercanas al mar.

Todo el fin de semana, Cordelia no dejó que la tocaran. Gruñía y bufaba, algo que nunca le había escuchado en el departamento.

Recorrió las habitaciones, atacó a la gente que se le acercó, le gruñó a los lugares donde suele acostarse Macarrón.

El sábado por la mañana Cordelia decidió ir a la cocina. Caminaba directo hacia Macarrón sin saberlo. El gato golpeaba la cola con el piso para intimidarla, pero ella no podía verlo. Chocaron y ella abrió los ojos, se engrifó y gruñó con la cara contraída en un gesto de enojo: todo hacía cualquier lado, menos donde estaba el gato. Macarrón se fue y la dejó tranquila.

El resto del día, como si Macarrón entendiera la ceguera, en vez de atacarla, con una pata le daba toques en la cabeza para que se alejara.

El domingo la metí de vuelta a la mochila para volver. La gata estaba tensa, pero al cerrar se quedó dormida. Otra vez durmió todo el camino.

Llegamos al departamento dejé la mochila sobre la cama tal como cuando nos fuimos y la abrí. No saqué a la gata, pero ella abrió los ojos, asomó su cabeza para oler el cubrecama y siguió durmiendo en la mochila abierta, como el día que nos habíamos ido. Al despertar, tomó su rutina de siempre: sacó unas bolsas para jugar, fue a su caja de arena y a comer en la cocina.


Más tarde ese día, llegó mi novia con su bolso. Cordelia lo olió, lo atacó y se acostó encima. Lo volvió a olfatear y lo lamió.