Lo primero
que ves de mi gata Cordelia son sus ojos: Son celestes y no tienen pupilas.
Suele abrirlos sin pestañear mientras se sienta sobre sus patas traseras e inclina
la cabeza hacia un lado con la boca entre abierta. A veces deja la lengua
rosada asomada. Su pelaje es gris oscuro
con unas rayas más claras y su pancita es blanca. Sus bigotes son más largos y
tupidos de lo normal, y apuntan a todos lados, como si quisieran orientarla.
Es ciega, la
adopté cuando tenía dos meses y desde entonces vive conmigo en mi departamento de
un ambiente y 30 metros cuadrados. Con su oído, sus bigotes y su olfato, lo
conoce todo: sabe dónde está la cama y salta con precisión sobre ella,
encuentra siempre su caja de arena bajo el lavamanos y su comida en el área de
la cocina. Además, cada noche cuando escucha el silencio de mi computador
apagado, me huele, viene a la cama ronroneando y se acuesta a mi lado para
hacerme dormir -O eso creo yo-.
Cuando
alguien llega al departamento y deja su bolso sobre la cama, ella lo huele. Algunas
veces los acecha, los ataca y los muerde. Hay ocasiones en que después de olfatear dentro y fuera del bolso, lo rodea,
lo amasa con sus patitas y se acuesta enrollada encima para dormir. A veces sin
dormir, se acuesta ahí con sus ojos abiertos, hincha el pecho y suspira.
Quizás le
gustan los bolsos por sus olores: una tienda, un parque, una sala de clases,
una oficina, el perfume o la mascota de otra persona. Esos olores de lugares y cosas que no puede sentir
con sus bigotes, como los lectores que terminan por conocer ciudades completas
que nunca han visitado. Tal vez los relaciona con los sonidos que entran por la
ventana y que llaman su atención. Levanta las orejas con los motores de los
camiones, las voces de los vecinos en el pasillo y el llanto de un bebé que
grita desde el otro lado del edificio todas las mañanas.
Si no
llegasen esos bolsos, ella solo podría oler lo mismo de siempre: mi ropa, la
cama y el sillón. Hay algo nuevo en los bolsos que la hace ignorar sus
entretenciones regulares como jugar con bolsas plásticas y perseguir
cascabeles.
Un viernes dejé mi mochila abierta sobre la cama, ella entró y se quedó dormida. La encerré y me la llevé para viajar a visitar a mi familia, por el fin de
semana, en la playa. A penas cerré se acomodó y se durmió. Se podía sentir el
calor de su cuerpo a través de la tela.
No despertó
en las dos horas de viaje, hasta que llegamos y la dejé en la casa de los
padres de mi novia. Después de oler el
lugar, se paró en sus cuatro patas y erizó los pelos del lomo. En esa casa hay
otro gato: Macarrón. Era la primera vez
que Cordelia olía en directo a otro gato o el humo de una chimenea, la madera
de las paredes y la humedad típica de las casas cercanas al mar.
Todo el fin
de semana, Cordelia no dejó que la tocaran. Gruñía y bufaba, algo que nunca le
había escuchado en el departamento.
Recorrió
las habitaciones, atacó a la gente que se le acercó, le gruñó a los lugares
donde suele acostarse Macarrón.
El sábado
por la mañana Cordelia decidió ir a la cocina. Caminaba directo hacia Macarrón
sin saberlo. El gato golpeaba la cola con el piso para intimidarla, pero ella
no podía verlo. Chocaron y ella abrió los ojos, se engrifó y gruñó con la cara contraída
en un gesto de enojo: todo hacía cualquier lado, menos donde estaba el gato.
Macarrón se fue y la dejó tranquila.
El resto
del día, como si Macarrón entendiera la ceguera, en vez de atacarla, con una
pata le daba toques en la cabeza para que se alejara.
El domingo la
metí de vuelta a la mochila para volver. La gata estaba tensa, pero al cerrar se
quedó dormida. Otra vez durmió todo el camino.
Llegamos al
departamento dejé la mochila sobre la cama tal como cuando nos fuimos y la
abrí. No saqué a la gata, pero ella abrió los ojos, asomó su cabeza para oler
el cubrecama y siguió durmiendo en la mochila abierta, como el día que nos habíamos ido. Al despertar, tomó su rutina de siempre: sacó
unas bolsas para jugar, fue a su caja de arena y a comer en la cocina.
Más tarde
ese día, llegó mi novia con su bolso. Cordelia lo olió, lo atacó y se acostó
encima. Lo volvió a olfatear y lo lamió.