Yo aún buscaba mi estilo dentro del dandy. Ese día iba
completamente de negro —quizás por eso recuerdo tanto calor— y con dos corbatas
en el cuello amarradas en un solo nudo grande. Era un look algo punk, muy
influenciado por harajuku y no logrado 100%, pero era una prueba. Obviamente
llevaba sombrero, un londinense que era el único que tenía en ese tiempo. El outfit me daba un poco de vergüenza y hoy más.
Caminamos un poco por el Parque Forestal luchando por no
caernos pisando el barro con nuestros Rocking Horse.
Entramos a una calle doblamos y no logro recordar cómo —en
ese tiempo yo aún no conocía bien Santiago y me perdía con facilidad—, pero
llegamos a la calle Rosas en el centro.
El lugar estaba lleno como siempre. La gente apurada se
empuja para llegar primero a todas partes y todos ligeros de ropa. Entre ellos
iba alguien abrigado, con chaqueta, un dandy. No yo, otro dandy, uno mayor,
afeitado y con unos bigotes blancos peinados hacia arriba. Llevaba sombrero y
un traje blanco completo.
Lo miré como si fuese
una aparición. El me miró a los ojos y sonrió. Se tomó la punta del sombrero
con la mano y me saludó inclinando la cabeza. Yo hice una versión torpe y
apurada de su mismo gesto.
Un paso después, pensé que no era verdad y miré al lado. Pololi me miraba riéndose y yo sentía que había tenido una alucinación.
Mi único pensamiento después de eso, fue que intentaría
siempre vestir Dandy muy clásico por si volvía a encontrarme con él.